Nuestro niño aún no ha muerto





Nuestro niño aún no ha muerto




Regresar al pasado solo para disfrutar de tu propia risa, cuando todo era puro.
Lo era puro el aire, los abrazos, los amigos entrañables, las comidas en casa; las salidas de aventura a lugares escondidos y disfrutar de la sensación de plenitud con la naturaleza; escapando de las siestas por una pequeña ventana hacia la libertad para ir a los juegos con mis amigos, aún a riesgo de que al volver a casa, mi madre me grabara la marca de zapatilla en mi espalda.


Todo era diferente diáfano, cristalino e inocente; parece que fue ayer cuando venían a por mi los chicos de nuestra calle a jugar a lo que fuera; como comernos la vida a bocados, disparados en carreras absurdas que solo provocaban risas y el sudor corriendo por el rostro, para por fin ir a beber del grifo de la esquina para refrescar nuestros pequeños cuerpos.

Creo que todo el pasado en realidad es un eterno presente seleccionado de imágenes, sensaciones y sentimientos que siempre siguen ahí para revivir una y otra vez lo que me hizo feliz.

Cuando no encuentro monedas para la máquina de memorias y solo puedo preguntarme...
¿Donde dejé yo mi cartera de monedas mágicas para encajar el la ranura que al hacerlo transforma todo el entorno y te permite sumergirte de nuevo en ese universo infinito de andares y de vivencias?
Es porque me olvido de mi, de mi ser que sigue en pie y que tengo que rescatar de la ignominia de nuestra cruda sociedad.

Siempre me salva el cariño recibido, el infinito disfrute de los juegos que duraban horas y aún así me parecían segundos cuando de pronto al llamado de mi madre que reclamaba mi presencia en casa de nuevo me invadía la tristeza. Nunca era suficiente para mi el jugar al aire libre, corriendo de aquí para allá, siempre corriendo velozmente para los juegos, pero que al reclamo de volver me pesaban mucho las piernas y el corazón me dolía por tener que dejarlo todo y regresar.
Fuera cuando fuera el grito de mi nombre llamado por mi madre, me rompía la ilusión en un instante y caía nuevamente a la tierra, despertándome sin ganas de hacerlo, para cumplir mis tareas.

Acaricio mi memoria que hoy rescato entre mis brazos y la estrecho en mi pecho como a un bebé recién dormido, porque lo amo, amo ese niño, porque amo mi niñez que siempre en mi sigue viva. Mi madre que aunque hoy vive está muy lejos, mi familia que no sabe lo que mi alma abraza, mis amigos que se fueron y los que nunca regresan, están vivos por siempre en mi como todos los tesoros que tengo en mi alma acomodados y aún los siento, los rebobino en mi vida una y otra vez, como a ese tema musical que descubro y me fascina en la cinta y vuelvo a ponerlo para oírlo de nuevo.

Aún sigo aquí mi niño y yo seguimos siendo uno. A pesar de las heridas recibidas, físicas o emocionales; aún seguimos aquí percibiendo, oliendo, descubriendo, sorprendiéndonos.
Y digo y te digo; nuestro niño aún no ha muerto. JP.


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