Las pálidas hojas de otoño
Las pálidas hojas de otoño
Las pálidas hojas de otoño caen desde las ramas de los árboles y todo se tiñe de ocres, dorados y amarillos.
Nadie impide que esto ocurra porque éstas cumplen su ciclo natural así como nosotros en el paso por la vida.
Ninguno escapa a su rueda y es un proceso que todos sin remedio terminaremos el nuestro propio cuando el momento llegue.
Las batallas por el clero o por los dominios de las tierras así como las riquezas acumuladas se quedan aquí, siempre serás recordado por los hechos que hiciste y nadie sabrá quién eras realmente excepto algunos de los más cercanos; a menos que seas un personaje público famoso por tu arte o por tus actos sean buenos o malos.
Las atmósferas reciclan el aire, los vientos recorren la tierra y las orillas siguen marcadas por los límites naturalmente impuestos a los mares.
Así es como todo funciona y tu vida continúa en otras esferas de vida, miles de años pasaron antes de que llegaras a éste tiempo preciso descendiente de miles de ancestros para llegar a conformarte en tu cuerpo y con tus genes únicos y absolutos.
Miraste los paisajes y recorriste mil caminos, soportaste infortunios y épocas de bonanza. Pero no te percataste de la luz que te mantenía en vigilia, creíste ser el dueño de tu vida y de todo lo que dirigías y que bajo tus órdenes se mantendrían por siempre.
Sin embargo caen los templos más excelsos y las lluvias lavaron la sangre derramada sin distinción de razas ni de pueblos elegidos, ya que somos un solo pueblo diseminado sobre la faz del mundo, divididos y separados solo por ideas y prejuicios.
Ninguno tiene la razón, si así fuera andaríamos con nuestras miradas limpias nuestro cuerpo sano y nuestras mentes libre de pesares. No conoce el hombre o no encuentra todavía su espejo donde mirarse de frente y sin prejuicios, solo miramos lo que queremos ver y escuchamos solo lo que deseamos oír; nos entregamos solo cuando nada queda o cuando la sombra de la muerte nos mira a solo un palmo de nuestros hombros.
Pareciera que vamos hacia un lugar más allá del horizonte, detrás de las montañas o de la línea que separa el mar del cielo.
Nunca nos alcanza, siempre seguimos buscando más.
Más fortuna, más salud, más trabajo, más descanso, más diversión, más amor o todo eso junto.
Sin embargo vamos andando por el mundo como cobradores de una deuda que está aún impaga, alguien nos debe, alguien nos niega concretar los proyectos que tenemos, alguien nos impide llegar a esa felicidad tan ansiada, como nosotros la imaginamos la del respiro profundo y relajado y entregarnos al descanso dejando las maletas a un lado y poder disfrutar del paisaje, de los hijos, de la cena o de dormir como un bebé sobre el pecho materno.
Llamamos la atención constantemente buscando la admiración, la aprobación y el reconocimiento.
Nos vendemos, nos humillamos, nos ridiculizamos y hasta nos prostituimos con tal de que nos vean y nos descubran, que sepan que aquí estamos; todos buscan ser estrellas y nos creemos el actor/actriz principal de esta película. Pero se nos olvida que en realidad llegamos al mundo con la película empezada y nos iremos de el antes de que termine con un final feliz.
Pocos se entregan al servicio, muy pocos lo hacen todo por amor; por amor a la vida, al mundo a la humanidad y a Dios.
Foto: Daniel Frank- Pexels
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