Carta abierta para el que sopesa

Carta abierta para el que sopesa




No es tu pesar mi alegría ni son tus cosas las que anhelo; soportar mis fantasías resta el dolor ajeno. Pararte a oír las voces que resuenan en los ecos de las montañas o inhalar los aires fríos que te llenan el alma en las cimas nevadas; escalar por las paredes de sus rocas o alcanzar parar tus pies en ellas son un éxtasis para muchos y un sueño para otros…

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foto: JP.


Aprender que los logros y sueños por otros alcanzados, no es motivo de envidias sino de alegría y respeto por quienes lo logran si ésas eran sus metas.

Para mí que solo soy uno más en la larga hilera de las cosas comunes de la vida, también he alcanzado mi cima pero no fue fácil ascender, el peso de más en mi mochila excedía mis fuerzas humanas; así que no tuve más remedio que soltarlos y solo así poco a poco empecé a ganar terreno para seguir ascendiendo. Soportar los matorrales enredados en mis pies, los espinos clavados en mi carne, los dolores musculares de mis piernas y mis hombros por el gran esfuerzo, llanto de dolores fuertes del pasado crudo, no me dejaban pensar en mi futuro que también tenía el derecho a imaginar.

Parece mentira que con los años que llevo sudando cada esfuerzo, soportando el dolor de las culpas, los ahogos de mis ansias de los problemas propios o ajenos, sintiéndome harto de llamar a tantas puertas, de recibir la indiferencia, de sentirme que sobraba; de señalarme culpable al pensar que ya llegaba a la salida y la salida era errada.


¿Para mi? Que tantos osan recibirme en sus moradas diciéndome que eran bromas, que solo eran mis miedos y que solo yo lo pensaba. Sin embargo las caletas que al puerto regresaban llenándose de los peces que en los mares se pescaban; ninguno quiso permitirme apresar mis propios frutos ni prestarme su carnada, solo miraban riendo lo solo que me quedaba.

Ya no pretendo quedarme sentado sin hacer nada, ahora los peces que vengan serán solo de mi caña encorvada para llenar mi pecera, para llenar mi morada de cosas que me alimenten sin estar envenenadas.


Comer mi pan a su hora y disfrutar de las horas que pasen sin ser ensayadas, solo las viejas limosnas quedarán detrás de las viejas cosas, de los premios olvidados y de los justos reclamos que siempre son los que pagan, pariendo está mi sendero nuevos permisos de arriendo, de soledad de misterios que sobornan mi alma quebrada.


pálida es esta luna y brillante el sol en mi cara; sin desterrarte en mi nombre tienen mi puerta cerrada, los que llamen a mi puerta serán los que siempre sonrían y se alegren al verme en mi cima nevada. JP.

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